jueves, 11 de noviembre de 2021

EL ROMANCE DEL IGNACIO Y LA SAMANTHA - CAPÍTULO III

 

EL ROMANCE DEL IGNACIO Y LA SAMANTHA

CAPÍTULO III


El día que el Ignacio y la Samantha se conocieron estaba lluvioso y había granizado. –No gracias, prefiero  frutilla- dijo la Samantha.

-Me dejaste helado-, acotó su tío mientras contemplaba los tres kilos de crema del cielo y los dos de dulce de leche que había en el congelador.

El tío de la Samantha era un gran bebedor. En una ocasión tuvo que ir al médico puesto que había comenzado a ver cucarachas en las paredes de su casa. El doctor le dijo que no dejara de tomar, pero que cambiara de marca de insecticida.


Cierta noche, regresó a su  hogar con perfume de mujer. Fue allí que su esposa  comenzó a sospechar de él ya que al tío de la Samantha no le gustaba  Al Pacino.

Además, tenía problemas de eyaculación precoz. Diecisiete años antes de conocer a su novia, él, ya había llegado al orgasmo. Cuando los presentaron, lo primero que ella le dijo fue – egoísta-

Al Ignacio le encantaba pasear. A menudo solía vérselo por la plaza. A los Parchis no, ellos andaban por la zona del muelle.

Además, el Ignacio adoraba mirar los aviones en su vuelo. Dos por tres, seis.

La Samantha ya no creía en el amor.

Dura había sido su decepción, después de los tres años de novia con el turco Mohamed, un día ella la le pidió un beso y el turco le entregó dos monedas de cincuenta centavos.

Durante el carnaval todos le decían al turco – Mohamed, Turco, Mohamed a mí - -No, Mohamed Alí- respondía el turco a lo que agregaba – la culpa la tuvo Fatmagül –

Después, el Turco se iba a dar un baño mientras cantaba –vapor vos, para vos-

A veces, al Turco lo confundían con Árabe y eso era turbante por demás.

La última vez que el Turco se dio un baño turco no tenía toalla por lo que pasó por la carnicería y se compró 35 kg. De mondongo en un pedazo.

Mientras esperaba que le entregaran la mercadería le preguntó al carnicero -¿tiene vacío?- a lo que el comerciante respondió con llanto compulsivo- .

-Está bien, está bien- trató de consolarlo el turco dándole pequeños golpes en la espalda mientras lo abrazaba a lo que el carnicero le respondió – está bien un cuerno, lo único que me queda es una tapa de asado – sin contar el giro en el temperamento del expendedor de carnes cuando el Turco le preguntó si tenía falda.

El carnicero de Ojo de Tormenta gozaba de una atracción peculiar, aunque él la utilizaba con otros fines.

Las damas del pueblo hablaban engolosinadas del lomo que tenía el hombre.

Los suspicaces, que nunca faltan, decían que había hecho su fortuna a costillas de su esposa.

El que en realidad había amasado su fortuna de esa manera era José, el panadero. Pero eso es harina de otro costal. El día que la novia de José le pidió que le bajara la luna él la conformó bajándole media luna, y salada, pero terminaron haciendo buenas migas.

Pero esa es otra historia.

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