EL ROMANCE
ENTRE EL IGNACIO Y LA SAMANTHA
Capítulo 2
El Ignacio era,
lo que se dice, un hombre atractivo.
Alto,
moreno, apuesto.
La policía
de Ojo de Tormenta se lo solía recordar a menudo.
-¡¡Alto,
moreno!!!- le gritaban a menudo antes de llevarlo a la comisaría para invitarlo a
pasar la noche allí y protegerlo de las inclemencias del tiempo.
Apuesto no,
apuesto no le decían, salvo la vez en que el sargento Benavídez, rascándose la
oreja izquierda le impetó en el rostro –apuesto a que también sos traficante- .
Pero fue la única.
En realidad
tampoco le decían moreno, sino que gustaban de usar sinónimos, principalmente
uno, a pesar de que el léxico de las fuerzas del orden del pueblo eran doctos
en el manejo de la lengua.
El cabo
Reyes, sin ir más lejos, ya que su ronda se circunscribía a dos cuadras a la
redonda, solía ser interrogado por las personas que lo conocían acerca de una
posible relación de parentesco con el del zorro pero él respondía orgulloso ser
vigilante y no agente de tránsito.
La tarde en
que el Ignacio se cruzó con la Samantha invitaba a pasear.
El aroma a
malvones y geranios lo inundaba todo, las calles, los zaguanes, los patios. El
alerta amarilla no tardó en ser dado por el intendente del lugar, Augusto
Torres.
Torres era
un tipo interesante. Te cobraba el interés ante todo. Después el capital. En su
casa no solo tenía un baño químico. También había comprado un dormitorio
farmacéutico y una sala de estar licenciada en economía.
Cierta vez,
la Samantha había llevado hasta la casa de Torres a “Perro Labrador”, nombre
del perro labrador del intendente, dueño de una imaginación sin límites, el
cual se había perdido quince minutos antes asustado por el sonido producido por
una granada arrojada por el sargento Benavídez para atrapar a un niño de siete
años que robara una uva de la verdulería de Don Benito.
-Era una granada expansiva- dijo el sargento
-Ah, como dicen gracias los rusos- acotó inteligente Don Benito.
Torres
ofreció una gratificación económica para quién le devolviera a “Perro Labrador”
y la Samantha lo miró con asombro al entregar al animal y recibir, a cambio, el
billete de cinco pesos.
-No me mire
así- dijo torres – yo advertí que la gratificación sería económica. Más económica sería ser miserable y nadie puede
decir eso de mi persona-
Como decía,
la tarde en que el Ignacio y la Samantha se encontraron, invitaba a pasear, y
eso era mucho.
Ya nadie
invitaba a nada. La economía iba de mal en peor y de peor en mucho peor en Ojo
de Tormenta. Por ello, la gente se había visto obligada a ahorrar gastos.
Tantos gastos habían ahorrado que ahora las alcancías estaban repletas de
gastos en lugar de monedas.
El Ignacio
decidió dar un paseo por la avenida. Allí gustaba de pasar frente a un
supermercado al que le decían “Tetrabrik”, porque había sido tomado por los obreros.
Pero esto no
tiene nada que ver con el momento en que se cruzaron el Ignacio y la Samantha